Una perspectiva desde las epístolas pastorales
Introducción
Hacen falta aproximadamente unos seis minutos de lectura desde el inicio de la Biblia para arribar a la primera mentira registrada en ella por inspiración del Espíritu Santo. Génesis 3:1 ofrece el marco más amplio para tratar el tema de la influencia de los falsos maestros: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Si bien el propósito de este ensayo es ver el enfoque que sobre el asunto se presenta en las epístolas pastorales, este primer texto define de manera única y sustancial lo que buscan los falsos maestros: Negar, confundir y tergiversar la Palabra de Dios. Son los «hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad» (1 Ti. 6:5); los que «se desviaron de la verdad» (2 Ti. 2:18); los que «resisten a la verdad» (2 Ti. 3:8); y los que crean «mandamientos de hombres que se apartan de la verdad» (Tit. 1:14).
No es escrituralmente saludable abordar el tema sin tener un panorama general y muy escueto a lo largo de toda la Escritura sobre la influencia de los falsos maestros. Puede que uno de los textos que mejor oriente para esto sea 2 P. 2:1, «Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina». Aquí el apóstol muestra el aspecto homólogo de los falsos maestros del Nuevo Testamento con los falsos profetas del Antiguo Testamento. La realidad es que «nada es tan peligroso para la iglesia de Cristo como cuando las fuerzas del mal se presentan como falsos profetas o falsos maestros»[1]; pero es evidente que esto ocurrió en el Antiguo Testamento también. Moisés advirtió en un par de oportunidades sobre lo mismo (Dt. 13:1–5; 18:20). «Elías se enfrentó a los falsos profetas vehementemente (1 Re. 18:20–40). Eran los falsos profetas judíos quienes mayor daño hacían»[2].
La característica esencial de estos hombres era que hablaban de su propia imaginación (Jer. 14:14; 23:16; Ez. 13:1–7) y, como se verá en las epístolas, también codiciaban dinero a cambio del cual esgrimían sus mentiras (Mi. 3:11). Fue Jesús quien en el Nuevo Testamento enseñó sobre los falsos profetas en su famoso sermón del monte, con las consecuencias fatales que contraerían seguir sus enseñanzas (Mt. 7:15–23). Luego advirtió que persistirían en su engaño en los últimos tiempos (Mt. 24:11). El libro de los Hechos relata la presencia de falsos profetas mientras el evangelio se extendía (Hch. 13:6). De una forma directa y muy clara, también anuncia la llegada de los falsos maestros a la iglesia local tanto desde fuera de ella como desde adentro (Hch. 20:29–30).
«Esto prepara al lector para comprender lo que ocurrirá en años posteriores en la iglesia local de Éfeso con las fuerzas poderosas de la herejía»[3]. Si bien hay menciones a través de casi todas las epístolas del Nuevo Testamento, no es sino hasta llegar a las pastorales que se describe la acción directa de los falsos maestros. Es aquí donde el apóstol Pablo no solamente los expone sino que también provee tanto a Timoteo como a Tito de las herramientas necesarias para oponérseles y proteger a sus congregaciones. «La falsa enseñanza confrontada en estas cartas es básicamente la misma, ya que los errores y tendencias son mencionados con la misma terminología»[4]. Como se puede percibir entonces existían suficientes razones para que un pastor esté preparado adecuadamente para hacer frente a la vorágine y multiplicidad de engaños provenientes de los falsos maestros. Los pastores debían tener recursos para enfrentar lo que Timothy Witmer señala como la «macro protección» —la vigilancia general—; y la «micro protección»[5] —el cuidado individual de las ovejas.
I. Las enseñanzas y herejías de los falsos maestros
Señalar las herejías, falsas enseñanzas y los diversos engaños ejercidos por los falsos maestros tal como se vislumbran en las epístolas pastorales es una tarea relevante para comprender mejor los mandatos dados a los jóvenes pastores a quienes las cartas fueron dirigidas. De la misma forma y porque las mentiras no cambian y la Palabra de Dios tiene una aplicación trascendente, el pastor y la iglesia contemporánea podrán aprovechar la descripción general de los falsos maestros y sus enseñanzas como un contenido específico. Para comenzar, se dirá que los pasajes para definir las herejías de los falsos maestros pueden ser agrupados en los siguientes textos: 1 Ti. 1:3–12, 17-20; 4:1–5, 7a; 6:2–5, 20-21; Tit. 1:10–16; 3:9–11; 2 Ti. 2:14–18, 22–26; 3:1–9 y 4:3–4.
Consideraciones preliminares
Tanto a Timoteo como a Tito, Pablo les menciona elementos judíos (Tit. 1:10, 14; 1 Ti. 1:8–11), aunque no pareciera que son enseñanzas judaizantes categóricas. Los falsos maestros aparentemente tenían un ascetismo infundado ya que Pablo advierte a Timoteo sobre quienes atacaban la creación y el matrimonio (1 Ti. 4:3–5). También hay una recurrente alusión a lo que se denominaba falsamente como «ciencia» (1 Ti. 6:20). «Hay menciones de fábulas y genealogías pero que «son características de un proto-gnosticismo que dieron lugar a un sistema cohesivo más adelante en la historia, como lo señala William Mounce»[6]. Tener estas cosas en cuenta permite valorar el panorama de cuidado pastoral y para la iglesia en un marco bíblico puntual que puede arrojar luz sobre otros elementos que afecten en el presente. De todas maneras, otros son los aspectos más importantes que se describen a continuación.
Características generales
Un repaso general mostrará inmediatamente la certeza de que los falsos maestros se oponían a la verdad (2 Ti. 3:8) y eran completamente antagónicos al evangelio que Pablo predicaba (1 Ti. 1:3). Ellos enseñaban mandamientos de hombres (Tit. 1:14), doctrinas de demonios (1 Ti. 4:1). Con sus enseñanzas, Pablo le dice a Tito que han trastornado casas enteras (Tit. 1:11); han corrompido mujeres (2Ti. 3:6) y hecho naufragar a muchos otros (1 Ti. 1:19). Pero hay más, los falsos maestros sostienen pláticas profanas (1 Ti. 6:20; 2 Ti. 2:16); tienen envanecimiento, son necios, envidiosos, pleitean, blasfeman y dan origen a malas sospechas (1 Ti. 6:4), igual que manifiestan un entendimiento corrupto, están privados de la verdad y comercian con la piedad (1 Ti. 6:5). De la misma forma provocan rencillas perjudiciales e inútiles (Tit. 3:9; 2 Tim. 2:23), y también contiendas (Tit. 3:9).
Es fácil darse cuenta de que, en conjunto, todas estas cosas conformaron una herejía peligrosa y creciente en la iglesia del primer siglo y que los pastores debieron confrontar con firmeza y discernimiento. Por alguna razón Pablo los denominó «lobos rapaces» (Hch. 20:30). Observando los años iniciales de la historia de la iglesia se puede corroborar que los primeros falsos maestros surgieron de dentro de ella. Hombres que dejaron la Palabra de Dios y siguieron «enseñanzas de experiencias de hombres que proclamaron nuevos y novedosos métodos para alcanzar a Dios»[7]. Definitivamente tanto los pastores como las iglesias locales han de hacer frente a los desafíos presentes que esconden las mismas mentiras de los falsos maestros. Para eso, tendrán que partir de la idea de que los desvíos ocurren porque las ideas que se proponen son muy semejantes a las verdades que se han estado enseñando en la ortodoxia cristiana dentro de los círculos de enseñanza bíblica sana. La gente se engaña con lo que aparenta (Mt. 7:21–24).
(Continuará)
[1] D. M. Lloyd-Jones, Expository Sermons on 2 Peter (Carlisle, PA: Banner of Truth, 1983), 125.
2 W. Wiersbe, 2 Peter, The Bible Exposition Commentary, Vol 2 (Wheaton, IL: Victor Books, 1989), 446.
[3] T. Witmer, The Shepherd Leader (Phillipsburg, NJ: P&R, 2010), 170–173.
[4] G. W. Knight III, The Pastoral Epistles, The New International Greek New Testament Commentary (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1992), 11
[5] I. Howard Marshall, Acts, Tyndale New Testament Commentary (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1980), 335.
[6] William D. Mounce, Pastoral Epistles, World Biblical Commentary (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2000) Edición Epub, Apple Books.
[7] Roger Oakland, La Fe Desechada (Silverton, Or: Lighthouse Trails, 2007), 83.
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